HILANDO MEMORIA Y ESPERANZA PARA TRANSFORMAR REALIDADES

Colombia
Comunidad indígena Wayuu Koushalain - Waimpiralein
Premio al Liderazgo
Mujeres Wayuu de la Guajira crean ecomochilas con bolsas de plástico donadas por la comunidad. Así, recuperan técnicas ancestrales de tejido y crean un espacio seguro de escucha en el que comparten problemas que nunca se habían atrevido a expresar en voz alta.

En 2018, la mayora Ana Puchaina, del territorio Wayuu de Shuluwou del resguardo de la Alta y Media Guajira, Colombia, estaba preocupada porque la técnica ancestral de procesar hilos (outajushi) y tejer (katto’ui) del Pueblo Wayuu estaba desapareciendo. Aunque el Pueblo Wayuu era y es conocido en Colombia por sus habilidades tejedoras y las figuras geométricas de las kanas, el desarrollo del crochet y el fácil abastecimiento de hilos sintéticos habían arrinconado las técnicas tradicionales para elaborar las bolsas de mano que usan las Mujeres Wayuu.

Ana Puchaina trasladó su inquietud a seis jóvenes de la comunidad, quienes empezaron a realizar entrevistas a mujeres mayoras de distintos puntos del territorio para recuperar los saberes. Así descubrieron que los hilos para las bolsas se elaboraban a partir de la corteza y de fibras propias, que tomaban de retazos de hilos mediante la técnica del outajushi; que las bolsas típicas de los Wayuu se hacían con la técnica del katto’ui para hilar, y que para las Mujeres Indígenas tejer era una oportunidad para hablar, compartir y ser escuchadas.

Las bolsas típicas de los Wayuu se hacían con la técnica del katto’ui para hilar, y que para las Mujeres Indígenas tejer era una oportunidad para hablar, compartir y ser escuchadas.

Los seis jóvenes que iniciaron la investigación —Olimpia, Rusvel, Jenny y Quendy Palmar, junto con Mermiz Fernández y Sara Puchaina, hija de Ana Puchaina— llevaron el proyecto de recuperación de saberes un paso más allá. Alarmados por la cantidad de bolsas de plástico que había en la cabecera municipal de Uribia, apostaron por elaborar las bolsas katto’ui típicas de las Mujeres Indígenas con las bolsas de plástico que inundaban el territorio.

Pronto se dieron cuenta de que las bolsas que habían estado expuestas al sol no servían para elaborar las katto’ui y que el sistema de recolección de bolsas mediante voluntarios no era eficiente. Así pues, optaron por ir de casa en casa a pedir directamente a las familias que no tiraran las bolsas de plástico, que las lavaran y se las donaran.

Hicieron una campaña en redes sociales exitosa y en poco tiempo consiguieron que más de cuarenta familias recolecten para ellos unas dos mil o dos mil quinientas bolsas al mes. “Así nos funcionaba mejor y éramos más coherentes: en vez de recoger bolsas de plástico de personas inconscientes, creábamos personas aliadas que se preocupaban por cuidar el medio ambiente e involucrarse en el proyecto”, explica Olimpia Palmar, portavoz del emprendimiento.

Una vez conseguido el material, los seis jóvenes fueron a la comunidad de Shuluwou y se lo entregaron a las mujeres tejedoras. Empezaron con mujeres de cuarenta a sesenta años con las que perfilaron la técnica del katto’ui y el diseño de las bolsas, que convirtieron en unas ecomochilas para el día a día. Al combinar las bolsas de plástico con fibra de hilo, consiguieron que las mochilas fueran más resistentes y tuvieran un período de vida de siete u ocho años. Finalmente, crearon tres tamaños para diversificar el producto —pequeño, mediano y grande—, para los que usan entre cuarenta y cinco y cien bolsas de plástico.

A través de la alianza con una fundación, equiparon a la comunidad con una enramada de paneles solares para que las mujeres pudieran cargar sus celulares, y les entregaron un televisor, una nevera y dos máquinas de coser. De esta forma consiguieron crear un lugar de encuentro en el que reunir a un pueblo tradicionalmente disperso por el territorio. Las familias venían en moto, bicicleta, burro o incluso a pie para aprender a tejer. A las mujeres involucradas pronto empezó a cambiarles la vida: por fin podían cubrir sus necesidades básicas, como beber agua fría embotellada o comprar los materiales para el colegio de sus hijos.

El éxito del proyecto se difundió de boca en boca y pronto otras comunidades del territorio quisieron participar. Los seis jóvenes llevaron el emprendimiento a la comunidad de Waimpiralein, donde reunieron gente de todas la edades y géneros, incluso hombres y niños. Las familias se reconocieron como unidades de producción en las que todos los miembros participaban y aprendían las tradiciones olvidadas. Así se revitalizó la memoria colectiva del Pueblo Wayuu, que había sido vulnerada por los cambios de hábitos, la migración a las ciudades y la llegada de población extranjera, especialmente desde la frontera con Venezuela.


Un producto versátil

Una vez desarrollado el emprendimiento en las comunidades, los seis jóvenes se encargaron de dar a conocer las ecomochilas y ampliar el mercado de venta. Ubicaron la base en Uribia, desde donde venden por Instagram (kattoui2021) y por WhatsApp a distintas partes del territorio. También aprovechan las conferencias en la universidad, eventos de mujeres o incluso festivales de música como plataformas de venta. Las ventas varían de mes a mes, y aumentan significativamente en fechas especiales, como Navidad, el Día de la Madre o el Día de las Mujeres Indígenas.

Para Olimpia, la clave del éxito ha sido crear un producto versátil, que convierte la bolsa para mercar en una mochila que se puede usar todos los días. Con la colaboración de diseñadores y expertos, construyeron una paleta de colores y crearon nuevos diseños y productos, como juegos de mesa y posavasos. “Nos ha costado posicionarnos en el mercado porque no hacemos las kanas, que son los diseños típicos Wayuu, pero hemos recuperado nuestra técnica propia de procesar la materia prima”, explica Olimpia, quien se siente orgullosa de que ahora otros talleres hayan incorporado la técnica del katto’ui. Incluso un diseñador de moda está interesado en incluir el hilo que elaboran en sus diseños de ropa.

A través del katto’ui, las Mujeres Wayuu tejieron esperanza en el territorio. Mujeres y hombres alcanzaron sueños que habían tenido toda su vida, como aportar un saco de maíz a la casa cuando se es una persona dependiente, pagarle la pensión a la hija que estudia en la universidad o asumir los gastos para registrar a los hijos.

Compartir las dificultades cotidianas

Más allá de esto, la verdadera transformación ha venido de crear un espacio seguro de escucha al tejer, en el que las Mujeres Wayuu comparten los problemas que nunca se habían atrevido a expresar en voz alta. “Lo que fortalece los procesos y nos transforma es el ejercicio de la escucha”, afirma Olimpia. Así, ellas tejieron una red para afrontar las dificultades cotidianas, desde cómo abastecerse de agua o sacar un registro de nacimiento hasta vacunar a los hijos e hijas, autocuidarse, crear liderazgos femeninos o armonizarse con el territorio. “No resolvimos todos los problemas, pero al compartirlos, aprendimos cómo gestionarlos y nos dimos cuenta de que no estábamos solas. Los seres espirituales nos estaban guiando”, asegura la lideresa.

"No resolvimos todos los problemas, pero al compartirlos, aprendimos cómo gestionarlos y nos dimos cuenta de que no estábamos solas. Los seres espirituales nos estaban guiando"

asegura la lideresa.

A través del katto’ui, las Mujeres Wayuu tejieron esperanza en el territorio. Mujeres y hombres alcanzaron sueños que habían tenido toda su vida, como aportar un saco de maíz a la casa cuando se es una persona dependiente, pagarle la pensión a la hija que estudia en la universidad o asumir los gastos para registrar a los hijos. “El señor Santos, con setenta años, pudo comprar café por primera vez en su vida”, agrega Olimpia. Todos estos logros se recopilan en el Libro de la esperanza, un cuadernillo de cuentas en el que se anotan las ventas, de qué artesano es la ecomochila y a qué cliente se la ha vendido. Pero el libro, como bien dice su nombre, va mucho más allá: habla de esperanza en un territorio en el que esta palabra se había marchitado por la falta de agua, de empleo y de oportunidades.


La gestión del agua es un problema que preocupa y afecta al Pueblo Wayuu. El ecosistema de la Guajira está altamente impactado por la crisis climática, que seca un territorio de por sí desértico. Las mujeres dedican cada vez más horas a buscar agua, y eso les quita tiempo para tejer y transmitir los saberes ancestrales. Además, el gobierno colombiano ha dejado al Pueblo Wayuu desamparado en la gestión del agua y solo tiene interés en el territorio por su alto potencial eólico y de irradiación solar.

Para Olimpia, el “pensarse como Wayuu” será clave para afrontar los retos que vendrán con la crisis climática y la transición energética. “Los niveles de pobreza, las asimetrías de poder y la ausencia del gobierno hacen que sea muy compleja una relación igualitaria con las empresas”, explica. Estas empresas deben pedir permiso al Pueblo Wayuu mediante un proceso de consulta previa si quieren construir parques eólicos o paneles solares en su territorio. “Se estigmatiza al Pueblo Wayuu con que no queremos el desarrollo, pero estas prácticas y conceptos como la compensación salen del ser Wayuu. La armonía de nuestro territorio no tiene precio”, concluye.


Para el futuro, Olimpia y su equipo están contemplando construir un pozo de agua subterráneo para que las mujeres tengan más tiempo para tejer. Esto también les permitirá generar una segunda actividad económica, como el cuidado de ovejas y cabras, tradicionalmente en manos de hombres. Los proyectos no terminan ahí: su siguiente paso será extenderse a la comunidad de Orokot. Así, más mujeres podrán tejer memoria y esperanza.

Colombia
Créditos
Coordinación, revisión de contenido y diseño: FIMI.

Coordinación y revisión de contenido Nadezhda “Nadia” Fenly Mejía - Isabel Flota Ayala
Redacción: Clara Roig Medina - Edición: Carolina Bruck
Traducción inglés por: Emily Goldman
Fotografías: Lismari Machado

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